El aeropuerto es lo más parecido a la vida



Te escribo desde uno de esos lugares en los que no sabes si reír o llorar. Esos que te dan y te quitan la vida. Un lugar lleno de puertas de embarque y salas de llegadas. Te escribo desde aquí porque estoy totalmente segura de que el aeropuerto es lo más parecido a la vida. Una explosión de abrazos entre sonrisas y besos fundidos en lágrimas. Nuevas aventuras, retornos obligados y futuros no planeados. Tumbos por los sueños, carreras hacia la felicidad y huidas de la realidad. La vida es eso, sin más. Despegues y aterrizajes. Sentimientos encontrados y, otros, olvidados. La más bonita danza con un único destino: estrecharse entre unos brazos entre los que te sientas como en casa. Los aeropuertos esconden historias y en la vida preferimos escondernos tras la tinta de un bolígrafo. Observo a la gente que pasa, el sonido de las ruedas de sus maletas y trato de imaginar cuál será el motivo que les lleva a estar aquí. ¿Cómo puede un aviso de vuelo provocar tantas sensaciones diferentes a tantas personas? Unos sonríen entusiasmados por ver qué les depara el destino, otros esbozan sonrisas que esconden un mar de lágrimas al sentir el sabor de la despedida y otros suspiran aliviados porque huelen a esa vuelta a casa. Estoy segura de que muchos de ellos se pasean por aquí cual gato callejero para impregnarse de ese cachito de realidad que, a veces, parece que nos falta. Estoy segura porque estaríamos locos si no quisiésemos formar parte de esta multitud de escenas que superan con creces a todas esas historias trasladadas a una pantalla. Te quiero, te echaba de menos o te echaré de menos, vuelve, no lo olvides... lo decimos tan poco y tan repetido por el simple hecho de que este tipo de lugares que nos recuerdan lo que podemos perder o lo que ya hemos perdido.

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