A buen entendedor pocos besos bastan.


Eran casi las cinco de la mañana y no dejaba de pensar que tampoco pedía tanto. No quería ningún Romeo ni un Casanovas, ni quería ser una Blancanieves y mucho menos una Bella durmiente. Solo quería ser tal y como era, con mi multitud de defectos y alguna que otra virtud. Quería a alguien que aceptase mis demonios y que supiese ahuyentarlos, pero, sin lugar a dudas, no quería alguien que luchase contra ellos en mi nombre porque era yo la que debía matarlos. Quería a alguien fuese capaz de apretar mi acelerador cuando pusiese la yema de sus dedos sobre mi piel. No quería a alguien con tremendas cualidades sino a alguien que fuese capaz de remover mar y tierra por mi, pero, sin duda, que fuese incapaz de verme llorar y mucho menos si el causante era él. No quería a alguien que me montase en una montaña rusa para que siguiese encendida nuestra llama,de hecho, quería a alguien que fuese capaz de verla apagarse y que me ayudase a reinventar esa palabra que tanto me gustaba y que tanto me asustaba: "nosotros". Quería a alguien que por el hecho de estar con esa persona no tuviese que significar una elección. Alguien transparente que me abrazase y me besase. Alguien a quien no le importase bailar conmigo en mitad de la calle para hacerme reír. Alguien con quien ir en el coche cantando y bailando nuestros temas preferidos... El problema surge cuando dejas de quererlo y empiezas a necesitarlo.
Y llegó el día. Pensaba que estaba aprendiendo a quererte, pero, sin darme cuenta, lo que hacía era aprender a quererme. Pues cada beso que recibían tus labios eran un gesto de todo aquello que llevaba por dentro. Vaya si lo era, era un beso a cada una de mis heridas, y es que pensaba que cada una de nuestras miradas callaban mis te quiero y la verdad es que escondían un gracias por quererme. Así, tal como soy. Lo que tú no sabes es que por ti, empecé a entender la vida como un regalo y no como una cadena perpetua. Por ti empecé a entender a aquellos que tonteaban con el amor y los que echaban un pulso como una batalla perdida. Aquellos que echaban de menos desde que se daban la vuelta. Por ti empecé a perdonarme todos los desastres naturales que un día provoqué y entendí la paradoja de la vida de cuantas más veces le ves, más ganas tienes. Empecé a entender que los pasos tras tus pies descalzos eran la mejor solución en mis días sin sentido. Entendí que cantarte las cuarenta era solo una declaración con un único final posible: la muerte a besos. 
Y te olvidaste.
Te olvidaste de los lunes con sabor a sábado. Las lágrimas en nuestras sábanas que quedaron reducidas por las risas en plena Gran Vía.  Te olvidaste de mis ojos encendidos, de las bombillas que rompimos y de las ganas que sentimos. Fuiste mi vaivén, mi contigo y no sin ti. Fuiste mi destino favorito y mi punto de reencuentro. Fuiste todo aquello con lo que podía contar y esas ansias al bajar las escaleras. Fuiste mis buenas noches y mis mejores mañanas, las caricias bajo sus miradas, el manto de lluvia mientras reía. Fuiste. Fuiste esa niebla que escondía las montañas cada mañana, mi abrigo en todas esas noches de invierno, mi desierto en mitad del océano pacífico, las huellas de mis dedos sobre un cristal. Fuiste mis sueños, mis delirios y mis horrores. Fuiste aquel al que hablase para que me callase. 

Fuiste todo aquello que no quería que fueses, un verbo acabado, un verbo en pasado y no en presente. pero ahora las cosas han cambiado y es que te hecho de más.

A buen entendedor, pocos besos bastan.

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